No queda más que viento.

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 Las  vacaciones reclaman su final  cuando se quiebra la necesidad de cuestionarse  ciertas  cosas que no son tan importantes. O que no lo parecen  porque no las dejamos crecer y subsistir. Es que de entrada  las sofocamos y ahogamos, con la cotidianeidad. Fue en este verano que, a una de esas pequeñas cosas, diría Serrat, me aboqué con una indisimulada energía.

Siempre me gustó ese corso variopinto,  llamado rock argentino y especialmente Charly García. Estaba convencido de su reinado absolutista, hasta hace un tiempo en el que, round a round, todos los grandes músicos de esa movida, expresaban que Luis Spinetta estaba despegado, lejos. Tal vez, hasta demasiado lejos.

En estas vacaciones, y confieso que  antes que empezaran, empecé a bucear en la profundidad de las estrofas   de Luis porque en las de Charly había nadado desde mi adolescencia con bastante constancia. Pese a mi empeño, mi analfabetismo musical me ha impedido, aún hoy, dar por cierta esa incuestionable  superioridad de sus pares.

Creo poder afirmar que Charly es un narrador de lo cotidiano, un cronista o relator del diario vivir. Luis es un poeta más intrincado. Una suerte de domador de metáforas, un Houdini del simbolismo en la búsqueda del ser. Al universo Spinetta no se lo filtra  desde la piel. Para entenderlo, es necesario un espacio de reflexión justo en tiempos en que las pausas van a desaparecer, como los dinosaurios de Charly.

Hay muchos que a Luis no lo entienden pero igual sienten que les ilumina el alma. No es de extrañar, si tenemos presente la influencia de Artaud en su poesía; casi que iría de suyo, este gusto sin necesidad de una justificación racional. Es que su canción  de no fue parida para escucharla  en una fiesta bailable. En el  símil de mi  escala literaria,  diría que no se te puede ocurrir llevar para leer en una playa invadida de gritos, el Libro de Arena de Borges, pese a su nombre.

En fin; esta era mi explicación muy primitiva por la que creía saber por qué Luis no fue un artista de masas, pero sí de culto. Pero no me conformaba tanta simpleza. Y encontré algo mejor. Una justificación popular para los que no curtimos, ni dormimos abrazados de  corcheas, semifusas y acordes.

La misma, parte de responder esta simple pregunta,  que calza al dedillo en la góndola del género rockero. ¿Cuál es el instrumento musical que más valoramos los profanos del pentagrama, es decir, esos humanoides  que tenemos que googlear para saber lo que es un riff ?

Para ensayar una respuesta, se me vinieron los Jagger,  Mercury, Plant, y Joplin  a la cabeza...

-¡Es la voz! me contesté al recordarlos, todo  mientras dejaba salir el último granito de arena de la jaula de mi puño.

Y creo que Luis utilizaba su voz como un instrumento más,  sin destaque especial, aún  a sabiendas, que esa decisión podría apartarlo del gusto masificado. Prefirió llenar las necesidades del alma, aún desde la llave del enigma  antes que las de su público potencial, hasta inventando palabras.

Con la satisfacción de haber dado luz a la duda spinettiana, me senté a vivir un  atardecer  estival con los auriculares de escuderos. Busqué la canción de Luis que más me gusta. Y me dejé invadir por “Seguir viviendo sin tu amor”.  Todo venía bien hasta que en la segunda estrofa, Luis que se transformó en Spinetta me asevera con la pregunta: “-Y si acaso no brillara el sol”.

Ahí mismo detuve la canción. Es que me di cuenta que estas vacaciones llegaban a su fin por mi incapacidad de seguir hurgando en este dilema. Pero sobre todo no quise que Spinetta concluyera que de mi querer entenderlo, no queda más que el viento.