MI ZOOLÓGICO.

b218351
Cuando era niño me encantaba ir al zoológico. Me sentaba un  largo tiempo para ver a los feroces  felinos. Había leído el libro de la Selva de Rudyard Kipling  y tenía una especie de fascinación por las panteras y los tigres. Al mirar esos ojos amarillos, me podía transformar en Mowgli y con mi amigo Bagheera desafiar a Shere Khan. Luego de una pelea a muerte, lográbamos vencerlo. 


A veces la nostalgia me reclama, regreso a Villa Dolores y me siento en un banco de madera para mirar a las bestias. El zoológico se ha renovado.

En la jaula que estoy mirando, hay un gordo desagradable. Habla en inglés, y en su cabeza se destaca  una cresta naranja. Tiene pinta de banquero de Wall Street. De esos que amasan su  fortuna haciendo harina a los demás. Es muy peligroso. Está en decadencia, pero no lo asume. Quiere seguir  siendo el Rey y es una caricatura. 

A su lado hay una bestezuela que está en extinción, quedan unos pocos por el Caribe. Usa un uniforme de idealismo desteñido y fuma habanos de opresión. Se lleva bien con una especie de orangután de Asia que tira cohetes de maldad sin saber a quienes lastiman. 

Lejos de ellos, hay una especie letal. Un lobizón de la muerte con un pequeño bigote y una gran maldad. Un asesino de masas. Se lo creía extinto pero se han encontrado especímenes en la  zona de Alsacia y Lorena. Se cree que se va a  desplazar hacia Germania, su cuna de odio.

Cuando estaba reparando en una especie de Pie Grande  de Persia que dedica su tiempo a degollar a  sus compañeros de jaula, unas gotas de lluvia empezaron a golpear mi cara.                           

Recién ahí me di cuenta que mi zoológico no podía ser real.

Es que en  el mundo de verdad, estas bestias andan sueltas.