MI ZOOLÓGICO.
A veces la nostalgia me reclama, regreso a Villa Dolores y me siento en un banco de madera para mirar a las bestias. El zoológico se ha renovado.
En la jaula que estoy mirando, hay un gordo desagradable. Habla en inglés, y en su cabeza se destaca una cresta naranja. Tiene pinta de banquero de Wall Street. De esos que amasan su fortuna haciendo harina a los demás. Es muy peligroso. Está en decadencia, pero no lo asume. Quiere seguir siendo el Rey y es una caricatura.
A su lado hay una bestezuela que está en extinción, quedan unos pocos por el Caribe. Usa un uniforme de idealismo desteñido y fuma habanos de opresión. Se lleva bien con una especie de orangután de Asia que tira cohetes de maldad sin saber a quienes lastiman.
Lejos de ellos, hay una especie letal. Un lobizón de la muerte con un pequeño bigote y una gran maldad. Un asesino de masas. Se lo creía extinto pero se han encontrado especímenes en la zona de Alsacia y Lorena. Se cree que se va a desplazar hacia Germania, su cuna de odio.
Cuando estaba reparando en una especie de Pie Grande de Persia que dedica su tiempo a degollar a sus compañeros de jaula, unas gotas de lluvia empezaron a golpear mi cara.
Recién ahí me di cuenta que mi zoológico no podía ser real.
Es que en el mundo de verdad, estas bestias andan sueltas.