HAY QUE GASTAR SUELA.
Los días de partido en el Estadio eran especiales. Él venía a buscarme con tiempo “porque en la vida hay que hacer las cosas bien”.
Don Ricardo era un vasco enorme. Y además mi abuelo.
Salíamos desde la calle La Gaceta caminando y desde el vamos su mano de gigante aprisionaba la mía. En realidad la hacía desaparecer. Ese agarre era un símil del episodio de la ballena de Jonás, pues yo tendría no más de cinco años y mi manito no se escaparía hasta que él lo dispusiera.
Al llegar al zoológico, luego de una cuesta empinada para un purrete, yo le preguntaba por qué no tomábamos el ómnibus hasta la cancha.
-Porque hay que gastar suela. Algún día vas a saber lo que te digo.
Mientras íbamos por la calle Rossell y Rius, una autopista del zapateo hacia nuestro destino, al pasar por la Iglesia que se conoce como la del Monseñor Isasa, el vasco viejo me decía:
-Acá vas a jugar al fútbol en un par de años. Vas a ver lo que son las necesidades y la solidaridad.
Así fue que tiempo después ,me tocó defender los colores verde y amarillo del Intermezzo Pocitos. Más de una vez tuve que poner de mi flaco bolsillo para que compañeros como el Pista pudieran “ pagarse” el boleto y jugar con nosotros. Amén de compartir en reiteración real mis “refuerzos” por mitades, con varios niños huérfanos de almuerzo.
En ese trayecto inter generacional, nos cruzábamos con alguna doña que saludaba al abuelo con ojos brillosos de necesidad. Él se sonreía en forma pícara. Dicen que yo heredé esa sonrisa. Espero haber heredado su dignidad.
Entrar al Estadio en la década del sesenta era como ir al Coliseo. Recorrías esos túneles que eran como catacumbas de la gloria deportiva, hasta llegar a vistear el verde “gramillar” del templo del fútbol. Y allí podías admirar a los gladiadores, los que forjaban las leyendas.
Cuando las camisetas del ferrocarril oro y carbón elevaban sus brazos al cielo, el abuelo me decía:
-¿Ves ese número ocho? se llama Pedro Virgilio Rocha, es lo más parecido al Pepe Schiaffino que yo he visto. Es un crack.
En el entretiempo, el abuelo me preguntaba: ¿vas a comer un pancho o queres pop acaramelado? Era una cosa o la otra. Como cuando tuve que elegir entre cambiar mi vieja camioneta o darle una mejor formación educativa a mis hijos.
Una cosa o la otra.
Hace unas semanas fui a ver a Uruguay. Llevé a mi hija. El fútbol sigue siendo una forma de compartir secretos de cariño.
Cuando salíamos hacia nuestros destinos, delante mío, un rubiecito iba de la mano con un hombre mayor. Y le preguntó:
-Abuelo, ¿por qué no nos vamos en el ómnibus?
-Porque hay que gastar suela, le contestó el veterano, como debe ser.
En ese instante me di cuenta que Don Ricardo quería estar en este blog , cerca de su nieto que hoy dice ser escritor.
Y cuando terminé esta nota pude sentir su mano sobre la mía.