DE CONTRAPUNTO.
Daniel Da Rosa
Serie
Mínima
El tiempo
es oro
Tocó su tobillo hinchado. Miró al rival que se alejaba con su
espalda ancha y el número dos gigante y blanco sobre la camiseta negra. Sintió
el galope ensordecedor de una turba de caballos que se le venía encima. Atinó a
encogerse, abrazado a sus piernas, como un bicho de la humedad y esperó que lo
pasaran por arriba. El pasto cortado y desparejo por la tropelía llovió sobre
él. Tenía los ojos cerrados y apenas entreabrió uno para ver qué sucedía y
descubrió la inmensa polvareda tapando el sol. Quiso levantarse y huir de allí
pero el dolor del tobillo no lo dejaba. En ese instante oyó una voz como si
tuviera curtida por el alcohol y el cigarro que le decía: “Quédate ahí tirado
pibe, que el tiempo es oro para nosotros.
Pero no siempre.
Diego Bengoa.
Le dolía el alma. El golpe había sido devastador. Recordó cuando su padre se había ido de su casa. En realidad fue él quien lo echó a punta de cuchillo cansado de ver a su madre de pómulos hinchados. Y eso que era un pibe. Su primer instinto fue quedarse a dormir en el colchón verde. Ahí donde se trabajan las historias de gloria. Además tenía el pedido del Ronco. El capitán. Giró un par de veces como la perinola de la vida. Ya su tobillo le hubiera dado permiso para pararse. Por eso emitió un par de gemidos de dolor sobreactuados. Pero la estima le golpeó la cara. ¿Acaso sus rivales no tenían el derecho ganado a la ilusión colectiva? Y como le sucedió una y mil veces en su existencia… se levantó. Una vez de pie, con la frescura de un laburante de sueños, miró fijo a su agresor y luego le dijo al Ronco:
-Capitán, las quiero todas: No me racione la dignidad.