DEVIL´S ROAD BLUES.
_¡Vendido! fue la suerte de sentencia que se fugó de los labios del rematador de la casa “Barry´s Pawn” que se encuentra en Nashville. .
Acto seguido, nos abrazamos los tres, emocionados. Habíamos adquirido por mil trescientos dólares, el escritorio propiedad del mítico periodista y editor Wagner H. Deville. Una ganga increíble por ese mueble estilo “vintage” de una madera color caoba con un valor sentimental incalculable, al menos para nosotros.
Para unos jóvenes periodistas que estaban haciendo sus primeras armas en el diario “Tennessee Journal” , Wagner H. Deville, era el espejo en el que todos aspirábamos reflejarnos. Por ello, tener el escritorio del maestro sureño del periodismo, que construyó su imperio editorial desde su frágil condición de reportero, era un sueño cumplido.
El estilo agudo de Deville, su ferocidad a la hora de las entrevistas, y esa capacidad de hipnosis sobre sus lectores para narrarles muchas historias rurales y urbanas, aún hoy tienen un merecido reconocimiento.
Poco nos importaba su final caída al vacío, cuando abrazado a un alcoholismo crónico, en el lejano 1975, y a raíz de un drama familiar, decidió suicidarse con un disparo en la sien.
A su muerte, además de una cuantiosa fortuna, y dos diarios que administran hasta hoy sus descendientes, había quedado un legado para todos los periodistas de cómo debe ser vivida nuestra vocación.
Después de llevar el mueble a nuestro departamento de solteros que hacía las veces de redacción alterna y otros destinos impropios, no pudimos dejar de pensar cuántas notas que fueron la semilla de varios premios, entre ellos el Pulitzer, habían sido escritas sobre esa tabla de madera.
Días más tarde, cuando Rick estaba lustrando el escritorio, descubrió que al frente, una madera corrediza camuflaba un cajón con cerradura. Solo él podía haberse dado cuenta de este impecable camuflaje, después de varios años trabajando con su tío materno, un ebanista consumado.
Luego, demoramos unos quince días en dar con un cerrajero experto en mobiliarios antiguos que nos cobró de acuerdo a su “expertise”. Como el que insistió en contratar ese trabajo fui yo, tuve que pagar una suma más que apreciable sin contar con la ayuda financiera de mis compañeros.
Al abrir el cajón, ellos largaron una risa contenida. Es que no encontramos ninguna joya, dinero o alguna pieza de valor. O al menos eso creímos…
Dentro de la gaveta había una libreta de notas, cuyas tapas de cuero lucían las iniciales WHD, una pluma Parker modelo 51, y un disco de pasta de un tamaño inusitado.
Tal vez por deformación profesional me apropié del cuaderno de notas, que para mi sorpresa estaba escrito en tinta, con una caligrafía de letras pequeñas y amontonadas, pero legibles.
_¡Oye Mick! ¿qué dice el cuaderno?, me inquirió William.
_Solo si hacen silencio se los leeré. Tengan presente que están escuchando al gran Wagner H. Deville.
Acto seguido, dándome un aire de importancia que suelo adoptar de forma natural, comencé la lectura.
“El 14 de julio de 1959 me contacté con Curly Jackson, el maestro de armónica que toca en la orquesta de Muddy Waters. Le comenté que estaba escribiendo una nota sobre Robert Johnson, el “blues man” tal vez asesinado con veneno, en 1938. Si bien no había grabado más que veintinueve temas, en dos sesiones en ARC, en el año 1936, con el correr del tiempo, Johnson comenzó a construir una fama inusual, casi que de leyenda. A tal punto que la mayoría de los bluseros del Delta hoy, se arrogan su influencia, al igual que muchos integrantes de la nueva corriente musical conocida como rock and roll.
Curly me dijo que iba a hacer lo posible por contactarme con algunos amigos de Johnson, lo que yo descontaba, porque mi padre lo había salvado de un linchamiento veinte años atrás, y ese episodio nos había unido para siempre.
Quince días más tarde de mi inusual pedido, en una usual noche de invierno, nos juntamos en el pub “ The Bayou Blues”, en Nashville. Recuerdo que Curly me dijo:
_Oye chico, no pienses que por haberte criado en un barrio negro de Chattanooga, tienes un salvoconducto. Debes ser muy respetuoso con mis hermanos y no preguntar más de lo que te permitan. Si cruzas la frontera… ni yo podré rescatarte.
Ingresamos al pub bajo esa mirada de rostros sufridos en los que se podía leer historias de esclavos y de capuchas blancas. Estaba en un lugar muy parecido a mi vecindario, dónde los niños son acunados con melodías de góspel. Pese a que los amigos de Curly me trataron con cierta deferencia, me sentía como un fruto extraño del árbol. Allí recordé la canción de Billie Holiday, y al menos agradecí que no colgara de una rama, lo que hubiera sido un hecho, si yo fuese un negro en un bar de supremacistas blancos.
Luego de unas cuantas rondas de bourbon casero, cuando ya se respiraba alcohol en el aire, los parroquianos empezaron a contar sobre la vida de Robert Johnson. Desde su matrimonio, la muerte de su hijo y su esposa; su vida itinerante navegando en la pobreza, la afición por el alcohol pesado y las mujeres ligeras, hasta que llegamos al punto de su destreza como guitarrista. En esa situación yo quería seguir avanzando pero no encontraba cómo.
Fue allí que un anciano de piel curtida, al que Curly llamaba Old Moe, me susurró al oído.
_Niño, ya veo lo que quieres saber de Robert… pero sobre ese tema debes hablar con Smoke Daddy. Y alzando la voz agregó: _Si yo fuera tú, no seguiría preguntando nada de nada. Es más… ¡pondría mi culo blanco en retirada!
Un coro de risas sureñas, sumadas a la irreverente curiosidad de mis veintitantos años, azuzaron mi instinto. No necesitaba saber quién era Smoke Daddy. Detrás de una barrera de humo, en la mesa más alejada de la calle, un moreno inmenso de traje oscuro, fumaba un puro con indisimulada satisfacción.
Pese a que Curly intentó sostenerme por la media manga del buzo, me levanté y me dirigí a esa última mesa. Con el mayor respeto que pude sobreactuar, y un sumiso tono de voz, me acerqué a esa imponente figura y le pregunté:
_Señor, discúlpeme. ¿Qué sabe Usted del pacto con el diablo que hizo Robert Johnson? Si no es molestia, me gustaría conocer esa historia.
Un diente de oro se adelantó a una maliciosa sonrisa.
_Blanquito, si quieres conocer toda la verdad sobre Robert, te espero mañana en Clarkdale. Haremos una sesión en la encrucijada, cuando caiga la tarde.
_Perfecto, allí estaré. ¿Debo pagar una entrada?
_Sí. Con tu vida.
Todos se rieron y yo también. Era obvio que era un chiste de mal gusto.
Antes de que partiera solo a la sesión, Curly me desaconsejó con la mejor intención. Cuando vio que sus esfuerzos caerían en saco roto, me explicó que la encrucijada o crossroad, era el punto de encuentro de las rutas 61 y 49, en la ciudad de Clarksdale. La invitación era para una ceremonia vudú en la que Smoke Daddy oficiaba de "houngan” o sacerdote del culto, por lo que él oficiaría de médium.
Luego, para asustarme, me contó una historia inverosímil sobre este peculiar ministro, quien para muchos era un espíritu del mal personificado. Según Curly, muchas personas habían desaparecido o sufrido una vida miserable luego de frecuentarlo. Con la promesa de que no iba a hacer tonterías me despedí de mi mentor ocasional.
Al otro día, cuando el sol se ocultaba de la noche, llegué al crossroad, Allí me encontré con unas cincuenta personas reunidas frente a una vieja cabaña de madera. Algunos danzaban en círculo alrededor de un poste, mientras batían sus palmas y cantaban en una suerte de dialecto afrancesado. Al frente, en una especie de altar, yacía una cabra que presumí había sido sacrificada para la ocasión. En un momento comenzó la invocación a los espíritus y fue allí que divisé a Smoke Daddy en el centro de la escena, totalmente vestido de blanco. En un momento se arrodilló, y con sus brazos al cielo, supuse que cursaba su invitación a los espíritus del más allá.
Luego comenzó la posesión cuando el espíritu mayor, nombrado como Papa Legba, abrió la barrera para la “montadera” del “houngan”. Fue en ese momento que el sacerdote poseído empezó a recorrer el círculo de todos los asistentes que lo rodeamos para la ceremonia. Cada tanto se detenía frente a algún invitado y le susurraba al oído. En un momento, clavó su mirada en mi presencia. Se me acercó lentamente. Pitó el habano “Partagás” que tenía en su mano izquierda; puso su mano sobre mi hombro, y mientras largaba el humo en mi cara, me dijo:
_Polizón; mira lo que puedas y encuentra lo que ellos quieran mostrarte.
Cuando se me fue el picor de los ojos, en medio de una niebla claro-oscura, vi una silueta con una guitarra “Gibson” colgada a su espalda. El guitarrista tenía una contextura delgada forjada por la necesidad. No tuve la menor duda de que era él: Robert Johnson. Lentamente le entregó la “Gibson” a Smoke Daddy, quien la afinó en dos o tres giros de clavijas y tocó un par de notas. Trascartón, el sacerdote extendió su mano y al devolverle la guitarra le dijo a Robert:
_Tu guitarra fue afinada con el acorde del éxito inmortal. Serás el socio fundador del Club de los 27. Ya verás que tus dedos se extenderán cuando la bordonees. Habrá quienes pensarán que dos personas están tocando la guitarra cuando ejecutes la melancolía del Delta blues. Muchos esclavos usarán tu voz para llorar sus vidas de dolor. Como ya te expliqué, las penas que podrías sufrir, no tienen comparación con la vida que hoy has decidido elegir “.
_ ¡Mike! ¿Qué sigue? me azuzó William luego de mi larga e ininterrumpida lectura.
Cuando le dije nada, me arrebató el cuaderno de notas. Lo revisó de un lado a otro, y unos segundos más tarde, con indisimulada superioridad, me dijo medio en broma:
_Siempre fuiste un retardado, amigo. Las hojas siguientes están en blanco, pero las últimas están escritas con la misma letra y tinta.
_¡ Léelas ya! fue la orden de Rick y mía. Acto seguido, William empezó su lectura.
“18 de agosto de 1975. Ayer me comunicaron la tragedia que sufrió mi familia. Ya no tengo fuerzas para seguir, es mi culpa. Hace años que lo presentía. Pero la semana pasada tuve la certeza. Había tomado demasiado brandy como es mi costumbre actual. En mi buscada tristeza, puse el disco de Robert Johnson, y cuando estaba escuchando esa última canción, me acometió un pequeño letargo. Sentí lo mismo que aquella noche de hace diecisiete años. Fue en esa especie de sueño que volví a ver a Smoke Daddy, en el instante que me devolvía la lapicera Parker y me decía;
_Tenemos un trato, chico blanco. Y luego solo escuché esa diabólica sonrisa.”
_Muchachos, si lo que tenemos es cierto, ¡somos millonarios! exclamó Rick.
_ Basta de ponerle precio a todo, le contesté. Actuemos como periodistas; chequeemos toda la información y en unos días nos juntamos.
_Me parece bien, dijo William. Yo sé dónde conseguir una victrola. Me muero de ganas de escuchar ese tema.
Antes de irnos, miré con precaución el disco de pasta, con la certeza de que guardaba un secreto inmortal.
La ansiada reunión con gramófono, comenzó con ese último blues de la autopista del diablo. Como era costumbre en Johnson, los versos eran cortos y directos. Las notas se anticipaban a la narración. Luego de un arranque de martilleo de bordonas al compás de 4/4, se escuchó ese quejido gutural afinado que lo caracterizaba:
“Luego de la encrucijada,
camino junto al diablo azul,
he pagado por mi fama,
y el Señor no me salvó.”
Después, la canción narraba el pacto faustiano, que con detalles,describiera Wagner H. Deville en sus notas. Cuando los tres destacamos este punto, yo agregué:
_A propósito de Deville, les cuento que fui a Memphis. Estuve hurgando en las microfilmaciones del diario “Memphis News” donde él trabajó en esa época. Las notas sobre la historia de Johnson, fueron publicadas en tres etapas con el nombre de “El guitarrista del diablo “. Eso fue durante el año 1959, y fueron intercaladas con entrevistas de aquéllos que conocieron al “blues man”. En el diario, un viejo reportero de apellido Cook, que trabajó con Deville, me contó que éste usaba una libreta pequeña donde apuntaba sus primeras impresiones. Luego, las pasaba a un cuaderno con una naturalidad asombrosa, casi que eran notas para publicar. Me agregó que el maestro tenía un paladar negro para el blues, el folk y el rock. Además fue un coleccionista de discos muy meticuloso y obsesivo. Al ser todos sureños y compañeros de generación, tenía muy buena relación con Elvis y Jerry Lee Lewis. Por ello, ambos le concedieron entrevistas exclusivas. Es más; a mediados de los 60, publicó un libro que se llamó; “The family´s blues”, que se vendió como pan caliente. Cook me mostró un ejemplar, y al inicio, transcribe parte de la historia que ya leímos la semana pasada. Lo último; un mes antes de su suicidio, Deville sufrió la pérdida de su esposa y su pequeña hija, que era su adoración, en un accidente de tránsito.
_Yo investigué la leyenda del famoso pacto. La misma fue alimentada por varios músicos como Son House y Willie Brown, agregó Rick. Contaban que Johnson era un guitarrista mediocre que desapareció cerca de un año. Al volver, tenía un dominio absoluto de la guitarra. Esa nueva maestría, para los músicos, era fruto de ese pacto diabólico en el cruce de autopistas que el mismo Robert les contó. Lo cierto es que hay una explicación más racional. Durante su ausencia, Johnson tuvo un mentor: Ike Zimmerman. Él lo inició en la técnica del “slide”, y le abrió las puertas de la ejecución sincopada, con notas largas y cortas ocupando el mismo espacio de tiempo. ¿Qué sabemos de las grabaciones?
-Este disco de etiqueta azul, como
verán, es del sello Vocalion, contestó
William mientras nos lo mostraba. Esa marca fue alquilada por la
discográfica ARC en los años treinta, y con ella firmaron
algunos grandes, como Louis Armstrong. Robert Johnson grabó los veintinueve
temas conocidos, en dos sesiones en los años 1936 y 1937, en las ciudades de
Dallas y San Antonio, en las que hizo algunas repeticiones. El blues que escuchamos recién, no está registrado, por
lo que estamos frente a un tesoro invaluable. Una cosa más, el “blues man” no es una prenda del pasado; está más que vigente.
Su fama se agigantó con el tiempo.
Los grandes trovadores como Dylan, o
estrellas del rock, desde Richards a Fogerty, reconocen en sus creaciones,
una marcada influencia del pionero del
Delta blues. El material sobre su obra se compone de decenas de artículos
periodísticos, varios documentales, entrevistas, y múltiples temas
musicales en su homenaje.
_Hay una cuestión que me dio cierto escalofrío, agregó Rick. El club de los 27 que refiere Wagner H.Deville, en sus notas, no existía en la fecha que escribe su historia en el año 1959. El nombre del club remite a músicos notables que se murieron a la edad de veintisiete años. Johnson pudo ser el fundador pero hasta la década del setenta en la que ingresan Joplin, Hendrix y Morrison, el club no existía como tal. Otra cosa: estuve averiguando lo que podría valer nuestro hallazgo en Sotheby´s...
_¡Al carajo con Sotheby´s! , lo interrumpí. Acto seguido miré a William que bajó sus ojos hacia el piso. Era toda una señal. Ambos nos conocíamos desde adolescentes y cuando no me quería enfrentar, mi amigo realizaba esta suerte de escapismo visual.
En la certeza de que iba a perder cualquier votación sobre nuestros hallazgos, inventé una reunión urgente y me retiré.
Un rato más tarde, desde una distancia prudencial y camuflado entre la muchedumbre, vi salir a mis compañeros del lugar de encuentro.
Luego,
sin ningún pudor, ingresé al departamento; me apropié del diario, del disco y de la vieja lapicera. Tal vez para siempre.
Prendí mi viejo “Mustang” rumbo a Clarksdale. Por la autopista del diablo, ya más calmado, estoy escuchando a Johnson, mientras delineo mi destino.
Tengo la certeza de que alguien me espera en “The Crossroad”.